Por Nicolás Gómez Núñez
Sociólogo y académico UCEN
Después de mucho ensayo y error hay una certeza, las mascarillas son el único artefacto que impide el avance del COVID-19 y sus variantes, no hay otra opción en pandemia. De hecho, la mascarilla salió del quirófano y de la sala del paciente, a donde parecía haber estado condenada, y rápidamente empezó a ser usada en lugares diversos. No sólo eso, además, es hoy un accesorio estético y un medio de comunicación que expresa identidades colectivas y reivindicaciones.
Mascarilla sí porque ha sido incorporada a un repertorio de rutinas cotidianas, por ejemplo, varias veces nos hemos devuelto a casa para tomarla y hacer uso de ella. Es parte de un régimen de vitalidad, o sea, de un conjunto de prácticas de prevención y acompañamiento que aspiran a lograr legitimidad. Pero llegar a consolidar un régimen de vitalidad es difícil, todas las costumbres que nos ayudan a desarrollarnos ameritan organizaciones dedicadas a eso, y en pandemia hemos visto a las organizaciones de la sociedad civil mucho más activas que a las reparticiones del Estado y que a las empresas, donde los funcionarios de la salud han sido la excepción.
Hoy, es común encontrar a mujeres costureras que fabrican mascarillas y que las donan a la primera línea de la salud, las venden a un precio justo y más bajo que las que ofrecen las cadenas de farmacias, es cosa de buscar alternativas.
Si se pregunta si debemos usar o no mascarilla. Sí necesitamos porque se encuentran coexistiendo tres virus: COVID-19, Sincitial e influenza, todos ellos se transmiten cuando hablamos cara a cara, tocemos o estornudamos; los tres inciden gravemente en personas que tienen menor cantidad de anticuerpos en la sangre, entre ellos: niños y niñas, también afecta fuertemente a los que tienen enfermedades al corazón, defectos inmunológicos, displasia broncopulmonar y los que fuman.
Pensemos de esta forma, si aumentamos los casos positivos con estos tres virus habrá una situación de colapso en el servicio de asistencia y en el mejor de los casos deberíamos cuidar a nuestros enfermos en casa, este trabajo lo hacen habitualmente las mujeres y así ellas no logran hacer su vida y nuevamente postergan satisfacer sus necesidades intelectuales, físicas, de desplazamiento, alimentarias o de disfrute del tiempo libre, además, es posible que volvamos a incurrir en gastos pero sin tener asegurado el trabajo que hemos recuperando lentamente, al final del mes podríamos estar retornando a la falta de dinero, a la llamada por teléfono para coordinarnos para cuidar a los enfermos y haremos turnos para salir a tomar aire, despejarnos un poco y volver a esa rutina.
(Foto principal: T13)