Por Aníbal Vivaceta
Médico salubrista
Actualmente la COVID-19 es una de varias enfermedades respiratorias circulando en el país. Su gestión se enmarca en una enorme deuda de atenciones de todo tipo que llevan años pendientes, dado el momento duro PASADO.
Por otro lado, las vacunas actualmente disponibles han demostrado claramente su baja efectividad para evitar la trasmisión de las variantes de la línea de Ómicron; tanto es así, que el brote más grande lo tuvimos con la más alta cobertura dinámica.
Sabemos también que en algunas poblaciones de mayor edad o con enfermedades crónicas sí podría brindar protección ante complicaciones graves, aunque también aquí suma bastante la inmunidad natural.
Entonces, sabiendo todo eso, es impresentable que la ministra de Salud, María Begoña Yarza, privilegie ponerse chapita de sheriff en vez de hacerse cargo de las grandes falencias del sistema en su conjunto
Si este Gobierno plantea una nueva forma de trabajar participativamente, el enfoque de temas como este debe surgir desde la información, la transparencia y el debate público. No es un tema solo de especialistas y, por lo demás, ¿quién es especialista en todas las perspectivas que es necesario considerar, incluyendo la vida de la gente?
Al parecer, el nuevo tropezón, está vez contra las isapres, la obligó a buscar mostrar que hace su trabajo concentrándose en paquear a la gente
¡Ah! Había pasado por alto mencionar cosas como las extendidas alteraciones menstruales —producto de las vacunas contra la COVID-19—, que seguramente harán que mucha gente que menstrúa se dé perfecta cuenta de por qué hay que sopesar riesgos/beneficios y focalizar poblaciones.