Por Paula Molina, Químico farmacéutico.
Las afecciones mentales representan uno de los mayores retos para la sanidad mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 40% de las enfermedades crónicas pertenecen a este grupo -presentando una gran prevalencia en el globo- y la principal causa de años perdidos por discapacidad (APD), siendo la depresión, la esquizofrenia y el trastorno bipolar los más frecuentes.
Lamentablemente, nuestro país no se queda atrás en esta tendencia. La última Encuesta Nacional de Salud (2017) señalaba que casi un 16% de la población mayor de 15 años tenía sospecha de depresión, mientras que el 6% poseía un diagnóstico efectivo. Por otra parte, en la versión 2022 del “Termómetro de Salud Mental en Chile” PUC-ACHS se muestra que las personas con síntomas de depresión aumentaron en un 14% respecto a la medición anterior.
En enero conmemoramos el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, y aun cuando se han logrado avances en la visibilización de estas afecciones y el nivel de comprensión de su importancia ha aumentado -generando o reforzando políticas públicas a nivel mundial- todavía existe un reto mayor en países como el nuestro: el acceso a la atención oportuna, la adopción de terapias psicológicas y farmacológicas necesarias y, por cierto, la adherencia a los tratamientos.
En este último punto, y al ser terapias de curso prolongado, estos pacientes son más proclives a incumplirlos o no mantener las dosis y horarios para la ingesta de sus medicamentos cuando comienzan a “sentirse mejor”, lo que conlleva un sinnúmero de consecuencias clínicas, sanitarias y económicas complejas. No sólo implica retrasos en los resultados del tratamiento, aumentando los índices de recaídas y disminución en la calidad de vida de los pacientes y sus familias; sino que también un incremento sustancial en el gasto sanitario y un desmedro en el ámbito laboral, considerando que el 28% de las licencias médicas emitidas en el país corresponden a estos trastornos, de acuerdo a la Superintendencia de Seguridad Social.
En este escenario, es fundamental promover un enfoque multisectorial, donde todos los actores involucrados en la salud provean de herramientas para lograr el éxito terapéutico. Desde el mundo farmacéutico, desarrollar programas y acciones que apunten a que los pacientes mantengan sus tratamientos -para que logren la adherencia a la terapia- es clave. Sólo si fortalecemos esta visión, reorganizando, ampliando y creando nuevos servicios de apoyo a los pacientes, podremos sentar las bases para un verdadero cambio en el tratamiento de la salud mental en nuestro país.