Por Carlos Schneider Yáñez
Odontólogo y Magister en Gestión en Salud. Universidad de Chile M.B.A.
Tulane University (USA)
Un virus por definición no es un “ser vivo”, necesita de una entidad biológica para desarrollarse y reproducirse, aun así está presente en casi todos los ecosistemas y nos acompaña desde los albores de nuestra existencia. Si el homo sapiens lleva cerca de 100 mil años sobre la faz de la tierra, se han encontrado virus infectando insectos hace 300 millones de años, pero gracias a nosotros tienen un transporte gratuito para buscar nuevos huéspedes, en las filas de los supermercados, en el transporte público o en la consulta de un dentista.
Un tipo de virus que se propaga por el aire, de la familia denominada “coronavirus”, mutó de animales a personas gracias al mal manejo de animales en un mercado Wuhan y -como en un efecto mariposa- hoy nos tiene a todos encerrados y asustados. Evitar el contagio se ha convertido en una consigna y en un modo de vida, que ha trastocado la forma de relacionarnos y nuestras actividades cotidianas y –lamentablemente – lo seguirá haciendo hasta que no se encuentre una vacuna efectiva. ¿Existe alguna forma de evitar contagiarse en una actividad tan necesaria, pero aparentemente tan peligrosa como ir al dentista? La respuesta definitivamente es sí.
El odontólogo es un profesional de la salud que desde antes del Covid-19, estaba en contacto con enfermedades virales y bacterianas que pueden ser mortales, por lo que la prevención es parte de su formación y de su “quehacer” cotidiano. De aquí sale el concepto de bioseguridad, que es la aplicación de un conjunto de buenas prácticas y barreras de contención, para el control de microorganismos patógenos. Hoy los pacientes conocen el peligro que corren cuando son atendidos con instrumental contaminado o sin tomar medidas y prácticas seguras, lo que nos obliga a cuidarnos y cuidarlos a ellos, utilizando estrictas medidas preventivas.
La bioseguridad no es un concepto teórico rebuscado ni una práctica “esotérica” de marketing, es la aplicación científica de marcos éticos, políticos y sanitarios que anticipan y bloquean la exposición a cualquier patógeno, incluyendo el coronavirus. Todo lo que se haga por proteger a nuestros pacientes, profesionales y personal clínico, redundará en una práctica odontológica cada vez más exitosa y confiable tanto para nosotros como para la comunidad.