Luego de comprar una prenda nueva, siempre hay que lavarla. Esto no es solo por higiene, es una forma sencilla de proteger nuestra salud tanto a nivel químico como biológico.
Durante la fabricación textil se utilizan diversos compuestos químicos. Por ejemplo, se aplica formaldehído para evitar arrugas. Este, aunque útil industrialmente, puede causar irritación en pieles sensibles y está clasificado como potencial cancerígeno en exposiciones prolongadas. Otros elementos, como los colorantes, pueden liberar sustancias tóxicas en contacto con el sudor o el calor corporal.
Por otra parte, algunas fibras son tratadas con resinas para evitar arrugas, junto con suavizantes industriales que pueden provocar reacciones alérgicas leves, como picazón o enrojecimiento. Estas sustancias, presentes en pequeñas cantidades, pueden acumularse en contacto directo con la piel, sobre todo en ropa interior, sábanas o ropa de bebé.
Lavar el vestuario nuevo permite eliminar buena parte de estos residuos o disminuir su concentración a niveles menos nocivos para la salud. Usar detergentes suaves y realizar el primer lavado con agua tibia o caliente reducen el riesgo de agentes nocivos. Toda prenda debería ser lavada antes del uso, incluso aquellas que “se ven limpias” o vienen empaquetadas desde la fábrica, ya que se desconoce la presencia de microorganismos presentes en ellas.
No lavar la ropa puede parecer inofensivo, pero en personas alérgicas, niños o quienes padecen dermatitis son un factor de riesgo. La limpieza es la primera barrera contra los efectos secundarios ante situaciones de riesgo químico o biológico que no podemos ver a simple vista.
PhD. Roberto Rojas, académico Instituto de Ciencias Naturales UDLA Sede Viña del Mar




















