Por Carlos Schneider Yañez
Odontólogo y Magíster en Gestión en Salud
Universidad de Chile
M.B.A. Tulane University (USA)
Antes se enseñaba en los colegios que el agua se cuidaba cerrando la llave mientras te lavabas los dientes o que los platos no se fregaban con el grifo corriendo, nadie nos contaba que sólo un 11% del consumo es humano. Pero lo que parecía una solución perfecta para detener una hipotética catástrofe, ya no sirve ante la realidad de la peor de las pesadillas: el agua que corre por los ductos, por nuestro suelo, se proyecta como un lujo en un futuro no muy lejano.
La vida tal y como la conocíamos se desestabilizará como no ha habido precedente en la historia humana; ni la hambruna, ni las guerras ni las pestes significarán la angustia que traerá la plaga de la escasez hídrica, lo que aprendimos de niños, no era la solución. La masacre industrial sin control, la explotación agroalimentaria, el consumo inducido por economías que no pusieron tapujos trajeron un cambio climático implacable, que no tendrá miramientos con países pobres, con niños, con vegetación, con animales sedientos, ni con los arrepentidos.
Años de despilfarro industrial tenían que pasar la cuenta, de muestra un botón: un jeans nuevo gasta 10 mil litros de agua para ser fabricado. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), cada kilo de carne de ternera que se consume en los países desarrollados, necesita 15 mil litros de agua antes de llegar al plato. Las fábricas gastan ingentes cantidades de agua, la agricultura consume el 70% del líquido elemento, los hogares la pierden en el inodoro, lavado de ropa y ducha.
Como consecuencia de esta superproducción, el cambio climático vino a poner la lápida que todos creían inviable. La sequía arrastra a países enteros a la pobreza, la urgencia alimentaria azota sin miramientos y las lluvias parecen espectros que todos lamentan. La vida parece un espejismo, donde cada uno se lamenta, pero los que controlan la producción y aquellos países que ni siquiera firman acuerdos de buenas prácticas, torean al destino, pensando que la aventura del consumo ilimitado debe continuar.
Ya no podemos dejar la vida pasar, como ancianos sentados afuera desde sus casas al atardecer. Lamentablemente la pesadilla es un sueño de terror a la vuelta de la esquina y ni siquiera las súplicas podrán salvarnos. Ojalá la acción y las medidas urgentes sean aplicadas con seriedad y mirada a largo plazo, para no temer que al abrir una llave sólo salga aire.