En tiempos donde la desilusión se ha vuelto costumbre y la rabia parece justificar la indiferencia, es urgente levantar la mirada. Porque la política, esa noble vocación de servicio público, se ha transformado —ante los ojos de muchos— en un lodazal donde se negocian intereses y se traiciona la esperanza.
Y no, no es nuevo. La política siempre ha sido compleja. Siempre ha habido engaños, traiciones, deserciones. Pero lo que vivimos hoy en Chile es distinto: es la normalización del abuso, la impunidad como paisaje, y el poder convertido en botín.
Basta mirar alrededor: el caso de las licencias médicas falsas, el caso Convenios, los escándalos de fundaciones, la impunidad de la justicia en las autoridades de gobierno. Se pierden computadores, se desvanecen pruebas, se esfuman millones!!!!. Y lo peor no es solo el robo: es el robo a la fe pública, al sueño colectivo de un país justo. Nos están robando la confianza. Y con eso, nos empobrecen el alma de la nación.
Pero no todo está perdido.
Porque todavía existen personas que no buscan el poder para servirse de él, sino para servir a otros. Personas que no ven la política como una vitrina para su ego, sino como una trinchera de justicia. Gente que no teme compartir el poder, porque entiende que cuando el poder se comparte, se convierte en fuerza transformadora.
A esos les llamo políticos con alma. No se trata de santos ni perfectos. Se trata de mujeres y hombres que, incluso en medio de la tempestad, siguen creyendo en la verdad, en la justicia, en la familia, en la comunidad. Gente que llega a sus casas con las manos limpias, que lleva a sus hijos al colegio, que saluda a los vecinos por su nombre. Gente que no necesita discursos grandilocuentes porque su vida es el mensaje.
Porque no se trata de lo que dicen, sino de cómo viven.
No es lo que prometen, es lo que hacen cuando nadie los ve. No es cuántos likes acumulan, es cuántas lágrimas limpian. Porque un político con alma no huye del dolor ajeno: lo abraza y lo convierte en causa.
Hoy más que nunca necesitamos líderes virtuosos que miren a los ojos, no a los votos.
Necesitamos personas que nos enseñen, con su ejemplo, que la felicidad está en el dar. Que no se llega a la grandeza desde el egoísmo, sino desde la entrega. Que gobernar no es una conquista, es una renuncia: a los privilegios, al narcisismo, a la vanidad.
Chile no necesita más caudillos ni demagogos. Necesita servidores. Necesita corazones valientes que, como Mandela, entiendan que una sociedad justa no se construye con revancha, sino con verdad, perdón y generosidad. Y sí, quizás parezca ingenuo. Pero es más ingenuo creer que haciendo lo mismo vamos a obtener resultados distintos.
Si seguimos votando por los que se venden al mejor postor, ¿de verdad nos sorprende que terminen arrodillados ante los narcos o los operadores?
Chile necesita políticos con alma. Hombres y mujeres con convicciones, con coraje, con valores. Políticos que no usen la patria como trampolín, sino como altar. Que administren el poder como un deber sagrado, no como un botín personal.
Por Nicolás Cerda Díez
Psicólogo-Coach