Por Pablo Soriano Fuenzalida
Académico carrera de Arquitectura del Paisaje UCEN
Por diversos factores, la desigualdad social en nuestro país ha aumentado y desde el urbanismo la comprende desde la distribución territorial, la calidad de los espacios públicos y la del paisaje urbano, otorgando datos, expresiones físicas y visuales, que resultan ser una radiografía del fenómeno.
En tal sentido, la segregación, es la representación espacial de la desigualdad, donde no sólo los pobres y ricos están social, cultural y económicamente en diferencias abismales, también están territorialmente apartados, lo que agrava el problema, generando zonas burbujas en la ciudad, con espirales de procesos negativos y en otras comunas, polos de condiciones para una vida de excelencia.
Recorramos ciertas calles de Independencia, Estación Central o Puente Alto: espacios públicos inmensamente deteriorados, acumulación de basura, infraestructura deteriorada, entre otros, que conforman un paisaje urbano que entrega poca dignidad a personas. Si nos cambiamos a la Plaza Las Lilas en Providencia, o a algún rincón en Vitacura, con parques, ciclovías y urbanizaciones impecables, sus estándares podrían asemejarse a un país europeo, mientras en el primer caso tendremos condiciones de entorno similares a las de los países pobres.
Resulta preocupante pensar que una de las noblezas del espacio público por esencia, es su igualdad de condiciones donde se encuentre.
Es tan inapropiado como que haya hospitales de excelencia y otros de paupérrima categoría, o si un voto valiera el doble en ciertos territorios. Sumado a esta injusticia, hay estudios que demuestran que la población con mejores entornos tiene la huella de carbono más alta, al tener por ejemplo una extensa casa que consume suelo, grandes jardines que consumen agua o el uso del transporte privado.
El estallido social tuvo esta lucha, y desde el punto de vista urbano, generó que la Plaza de la Dignidad, que articulada estás diferencias -que ya eran grandes-, las aumentara. Hoy se paga más caro por barrios más seguros y mejores. Este fenómeno de violencia también está presente en la movilidad. Visualicemos lo que es vivir en un entorno con condiciones degradadas y tener que ir a trabajar moviéndose de manera hacinada todos los días a condiciones ambientales soñadas. Estas burbujas, provocan espirales de violencia.
Quiénes menos contaminan, menos dinero reciben, viven en condiciones de entorno más degradadas y tienen que ‘apreciar’ todos los días estas diferencias y volver a su realidad. Esta violencia, produce más violencia. Quienes viven en las zonas de excelencia, no tienen este tour cotidiano que les recuerde este brutal fenómeno, porque además el modelo ya hizo que habitualmente sus trabajos estén cerca.
No se debe estigmatizar ningún lugar, ni menos a las personas, pero sí tener claridad para que este tema esté en nuestras conciencias, que generen presión para políticas y cambios. No podemos ver un ‘portonazo’ como un hecho aislado. La desigualdad y la segregación combinadas es combustible que agrava la injusticia social, esta mezcla tiene efectos muy peligrosos para una ciudad y frena la vía de desarrollo de un país.