Por Silvio Becerra Fuica
Profesor de Filosofía
Ha transcurrido un año y casi cinco meses, desde que la pandemia del corona virus, se instaló en nuestro país, enfermedad de la cual la ciudadanía en general sabía muy poco, virus que fue identificado por los profesionales de la medicina, como correspondiente a la familia de los coronavirus, en una versión nueva y desconocida en sus efectos. Esta enfermedad que nos tomó por sorpresa, hizo lo mismo con todo el mundo, provocando un estado de profundo temor en las personas; más aún, si se toma en consideración que las potencias mundiales, líderes en la lucha contra las enfermedades, fueron los primeros en ir cayendo en las garras de este poderoso virus. ¿Qué se podía esperar de la suerte que podrían correr los países menos preparados? Esta es una pregunta que en el momento era difícil de responder, pero la lógica cotidiana indicaba que, si los gobiernos poderosos estaban tremendamente complicados, los gobiernos más desvalidos lo estarían muchísimo más, por su falta de recursos económicos y preparación científico-médica para combatir este virus.
En este contexto, la comunidad científica mundial y la OMS, se encontraron ubicados en una encrucijada, pues por un lado, existía un pleno consenso, en que, además de una serie de medidas de fácil aplicación, como el lavado de manos, el distanciamiento físico, el uso de mascarilla y otros que hemos puesto en práctica durante todo este tiempo; la única forma de atacar con eficacia este virus, debería ser mediante la vacunación masiva de la población; por otro lado, como la llegada del virus fue repentina y creciente en sus mortales efectos, el mundo tuvo que asumir la realidad de que no disponía de una vacuna probada clínicamente y autorizada para su uso masivo. En este estado de cosas, es cuando la ciencia se hace presente para tratar de dar una solución a este grave problema, teniendo en cuenta, que desarrollar una vacuna en corto tiempo, para controlar esta enfermedad, era algo que parecía imposible, todo ello fundamentado en la experiencia anterior en vacunas, que así lo indicaba; o sea, que para crear una vacuna contra alguna enfermedad específica, se requiere de varios años de experiencias y evaluaciones clínicas, antes de ser usadas con seguridad en las personas.
Este es el momento, en que los mayores laboratorios del mundo, en frenética carrera, cada uno por su lado, se pusieron en la tarea de desarrollar la vacuna, que el mundo en estos momentos de urgencia requería, los que en un corto plazo -lo que va en contra de todos los protocolos de tiempo y seguridad, ya conocidos, para generar una vacuna-, lograron su objetivo, lo que dio como resultado una serie de vacunas que comenzaron a ser introducidas en los diferentes países, una vez que estas fueron autorizadas para su uso. En conocimiento de los acelerados avances alcanzados con la vacuna, surgieron en las personas, y con razón, muchas dudas y temores frente a la seguridad y efectividad de estas, a las que se unieron organizaciones contrarias a las vacunas, que manifestaron, que vacunarse en estas condiciones, sin haberse cumplido todos los protocolos clínicos antes de su uso masivo en la población mundial, la pone en condición de ser utilizada como conejillo de indias en esta experimentación, fundamentalmente, porque los resultados, contraindicaciones y efectividad de esta vacuna, en el momento de su aplicación, no eran posible de certificar, lo que sólo podría ser conocido con el paso del tiempo, post inoculación.
Pues bien, si la inoculación en estas condiciones fue realmente un riesgo, afortunadamente, y después del tiempo transcurrido, desde la puesta en marcha de los procesos de vacunación, ya fue posible conocer algunos resultados y estadísticas que resultaron favorables en el control de la enfermedad, -lo que es verificable en nuestro propio país- lo que sin duda ha sido de gran ayuda para tranquilizar a una gran mayoría y al convencimiento de las personas reticentes a cumplir con su proceso de vacunación, restando solamente grupos de personas que por razones variadas, -religiosas y culturales- reafirman su posición anti-vacunas, lo que sin duda debemos respetar, pues es su decisión personal y más aún cuando vacunarse no es obligatorio.
Pues bien, ya que estamos hablando de vacunas, es bueno agregar algunos antecedentes al respecto. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en un documento actualizado al año 2021, señala que “La vacunación es una forma sencilla, inocua y eficaz de protegernos contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ellas. Las vacunas activan las defensas naturales del organismo para que aprendan a resistir infecciones específicas y fortalecer el sistema inmunitario”.
Según esto, las vacunas son una de las herramientas más efectivas creadas por el hombre, para prevenir y combatir enfermedades, las que han mostrado su efectividad en el tiempo, permitiendo en el caso de nuestro país, la erradicación de muchas enfermedades, que en otros países aún constituyen riesgo de epidemias. Según la OMS, la vacunación es una forma sencilla, inocua y eficaz de protegernos contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ellas -factor prevención-, activando las defensas naturales del organismo, para que aprendan a resistir infecciones específicas y fortalecer el sistema inmunitario.
Una vez vacunados, nuestro sistema inmunitario produce anticuerpos, como cuando nos exponemos a una enfermedad, con la diferencia de que las vacunas contienen solo microbios -virus, bacterias-, muertos o debilitados que no causan enfermedades ni complicaciones. En términos simples podemos decir que la vacuna se anticipa a la enfermedad antes de contraerla, la previene, pues el sistema inmunitario, será capaz de reconocer al microbio invasor, que es el objetivo de la vacuna, generando de inmediato los anticuerpos, que son proteínas que el sistema inmunitario produce naturalmente para luchar contra las enfermedades, el que está diseñado para recordar. Es por eso que las vacunas son tan eficaces, pues evitan que nos enfermemos gravemente cuando una enfermedad aparece.
En síntesis, la vacunación en términos generales es inocua, y aunque pueda producir efectos secundarios, como dolor en el brazo, o fiebre baja, son leves y temporales, si por alguna razón se produjera efectos secundarios graves, estos son muy raros.
En el avance del proceso de vacunación a nivel mundial, varios países que han alcanzado sobre el 80% de su población vacunada con sus dos dosis, han comenzado a aplicar una tercera dosis para algunas vacunas, como la Sinovac, que es la que se aplicó mayormente en Chile, afirmándose para ello, en que ésta, en el tiempo que ha pasado desde la inoculación de su segunda dosis, estaría bajando su capacidad de proteger contra la enfermedad, por lo cual se requiere de una tercera dosis de refuerzo.
En relación con esto, la Universidad de Chile, realizó un estudio preliminar, mediante el cual sostiene que Coronavac (Sinovac), muestra que los anticuerpos neutralizantes producidos por la vacuna Sinovac disminuyen, lo que podría ser un buen argumento para la aplicación de la tercera dosis y a la vez para contrarrestar las nuevas variantes, como la delta.
Al respecto, Mónica Acevedo, académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, estima que “una tercera dosis se ve imprescindible” y manifiesta que “lo ideal sería utilizar una vacuna distinta a Sinovac”. La recomendación hecha por esta académica, fue llevada adelante por nuestro país, que comenzó la vacunación de una tercera dosis de refuerzo con la vacuna AstraZeneca, convirtiéndose Chile el primero en Sudamérica en llevar adelante esta medida.
No obstante, lo necesario de esta medida, el director de la OMS, ha solicitado una moratoria para la aplicación de una tercera dosis de refuerzo, contra el COVID-19 y variante delta, considerando para ello, la gran desigualdad entre los países en términos de inoculación, pues, mientras algunos consideran la necesidad de una tercera inoculación -por el tema del la variante delta y otras- otros aún no terminan de administrar la primera dosis. Este plazo debería extenderse, al menos hasta finales de septiembre del presente año, con el fin de permitir, que al menos, el 10% de la población mundial esté vacunada, y de este modo asegurar que las vacunas estén disponibles, para los países con bajas tasas de vacunación. Junto con la moratoria, la OMS denuncia que producto de la pandemia, se ha dado lo que llama “una desigualdad escandalosa” entre los países, en relación con la inoculación de su población, produciéndose lo que se puede llamar una especie de “apartheid de las vacunas”.
Finalmente, la experiencia de Chile y la de otros países que han avanzado fuertemente en su proceso de vacunación, muestra que esta, hasta el momento, ha sido decisiva en el control, que poco a poco se ha ido alcanzando, del control de la pandemia en el mundo, resultando una imperiosa necesidad, que los países mayormente implementados, puedan extender su mano generosa, para ir en ayuda de los países que no están en condiciones de poder cumplir en forma completa su proceso de vacunación; lo que sea como sea, es a la vez un beneficio para todos, pues no hay que olvidar que esta enfermedad de carácter pandémica tiene características globales, dado que en cualquier momento, un caso de infección puede ser llevado desde un lugar cualquiera a otro lugar remoto del mundo, en un solo día. Por esto, los gobiernos pudientes deben ser solidarios, pues en buenas cuentas con esto, estarán siendo solidarios con ellos mismos.