Por Jon Arteta, Académico Arquitectura y Paisaje UCEN
Las discrepancias sobre la idoneidad de Qatar como anfitrión de la Copa Mundial hacen que todo a su alrededor se vea envuelto en la polémica. Esto evidentemente incluye a la arquitectura, responsable de los íconos más visibles del evento: los estadios.
Son conocidas las faltas de compromiso de Qatar con los Derechos Humanos, las altas tasas de accidentes en los procesos de construcción o el derroche material que implica construir desde cero casi todos los estadios.
En este contexto, ¿es posible separar la obra arquitectónica de las condiciones que la originan? ¿Se puede hacer buena arquitectura en estas circunstancias? ¿Se trata de obras condenadas al pecado o es posible una redención a través de la excelencia en el diseño?.
En estos momentos, el mejor escenario posible es que cumplan satisfactoriamente los requerimientos simbólicos, funcionales y energético-ambientales. ¿Se está dando esta situación?.
Desde el punto de vista simbólico, la mayoría de estadios buscan conectar con iconos tradicionales, a fin de difundir la identidad local. Por ejemplo, el estadio Lusail (Foster+Partners) se inspira en las vasijas y fanales tradicionales, el estadio Wakrah (Zaha Hadid Architects) en las velas de las embarcaciones y el estadio Al Bayt (Albert Speer Jr.) en las tiendas de las poblaciones nómades.
El principal desafío de estos proyectos consistirá en combinar los motivos tradicionales con la abstracción de la arquitectura contemporánea, algo que requiere de un punto de equilibrio no siempre fácil de alcanzar. Tal y como indica el crítico C. Jencks, la diversidad metáforas y posibles interpretaciones enriquecen a la arquitectura, mientras que los mensajes excesivamente explícitos la empobrecen. ¿En qué lado de la línea nos encontramos?.
En cuanto a la funcionalidad, siempre ha sido un desafío determinar el uso de las obras una vez finalizado el evento. Para evitar la creación de “elefantes blancos”, la mayoría de estadios contemplan la futura adaptación de sus instalaciones.
El estadio 974 de Fenwick-Iribarren va un paso más allá, planteando una estructura desmontable compuesta por contenedores de barco. La realidad práctica, sin embargo, nos dice que pocas obras concebidas de esta manera han sido realmente desmontadas, debido a sus altos costes operacionales. Habrá que demostrar, por tanto, si la sostenibilidad en estas obras constituye un valor real o una metáfora más.
En el campo de la eficiencia energética también existen retos evidentes, como lograr temperaturas razonables para el juego en un entorno desértico. Los esfuerzos de las oficinas para lograr la eficiencia son patentes, si bien resulta cuestionable que varios de los estadios lleguen a considerarse carbono-neutrales. Este resultado parece deberse más a la metodología de cómputo que a una sostenibilidad real, poniendo en cuestión los propios estándares de sostenibilidad considerados.
En resumen, los estadios de Qatar nos plantean preguntas difíciles de responder. Antes de emitir el veredicto final, habrá que ver cómo se desarrollan los hechos y qué pasa cuando deje de rodar el balón.